En un artículo periodístico que leí recientemente se comentaba que la cultura tradicional de los aborígenes australianos, muy respetuosa con el medio ambiente, enseña que las personas, en su paso por la vida, han de dar más de lo que toman de la Tierra. Que no han de ser una carga y contribuir a preservar lo recibido. Consideran que si protegen la Tierra, ésta les protegerá a ellos y también a los que vendrán después. Esa visión encierra una gran sabiduría, y sentido común. ¿Quién no entiende que si gasta más de lo que dispone acabará tarde o temprano sin nada?
Pero, como suele decirse, es el menos común de los sentidos…
Hoy predomina en el mundo una visión que, basada en una actitud egoísta y corta de miras, prima el beneficio inmediato, la acumulación y consumo de
recursos de forma insana y hasta obscena. La mayor parte de la riqueza está en manos de unos pocos, de unas clases extractivas que, movidas por la ley absurda del constante incremento del beneficio, acaparan cada vez más. A la vez, la inmensa mayoría de la población mundial dispone de pocos recursos o padece carencias básicas y miserias que podrían ser aliviadas con los recursos disponibles. La acumulación y el consumismo desenfrenados causan una sobreexplotación que pone en peligro el medio ambiente, afecta al bienestar físico y mental de las personas y consume la herencia de recursos de futuras generaciones.
Con toda la información de que disponemos, es difícil no ver lo absurdo y destructivo de esa forma depredadora y cortoplacista de gestionar lo que
recibimos de la naturaleza, gracias al esfuerzo y sufrimiento de las generaciones que nos precedieron. Con frecuencia, culpamos de ese fatal despropósito al ‘sistema’, a los poderes políticos y económicos o a las clases privilegiadas. Sin embargo, aunque el grado de intervención es evidentemente distinto en cada caso, ese sistema basado en el egoísmo no sería posible sin los pequeños e individuales egoísmos que lo sustentan. Conviene pues preguntarnos, sin exigencias perfeccionistas pero con honestidad, hasta que punto cultivamos esa actitud egoísta y miope que contribuye a mantener un sistema desequilibrado que lleva a la infelicidad y aboca al fracaso.
Y especialmente, como practicantes de dharma, podemos aprender de esa visión de los aborígenes australianos para inspirarnos e investigar el curso y sentido de nuestra vida, preguntándonos: ¿Doy más de lo que tomo? ¿Soy una carga para el mundo y los demás? ¿Aporto según mis habilidades y capacidad para corresponder a todo lo que recibo constantemente?
¿Soy contribuyente o depredador?
bll
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